"Terror" es un término que provoca con razón emociones fuertes y preocupación profunda. La preocupación primordial debería llevar, naturalmente, a adoptar medidas que mitigaran la amenaza, que ha sido grave ya en el pasado y que lo va a ser incluso aún más en el futuro. Para proceder seriamente, hemos de establecer algunas directrices. Aquí van algunas, muy sencillas:
Los hechos importan, aunque no nos gusten.
Los principios morales elementales importan, incluso si tienen consecuencias que preferiríamos no enfrentar.
Que haya una relativa claridad importa. No tendría sentido buscar una definición absolutamente precisa de "terror", o de cualquier otro concepto, fuera de las ciencias experimentales y de las matemáticas y, a menudo, incluso ahí. Pero deberíamos buscar claridad suficiente para al menos distinguir la noción terror de otras dos nociones que bordean preocupantemente sus límites: agresión y legítima resistencia.
Si aceptamos estas directrices, hay caminos muy constructivos para abordar los problemas del terrorismo, que son muy graves. Se afirma habitualmente que algunas de las políticas actuales no ofrecen soluciones. Revisen los archivos y creo que encontrarán que hay una alternativa exacta ante esa acusación: "Presentan soluciones, pero no me gustan".Supongan, pues, que aceptamos esas sencillas directrices. Volvamos a la "Guerra contra el Terror". Una vez que los hechos importan, importa el hecho de que George W. Bush no declaró la Guerra el 11-S, sino que fue la administración Reagan, hace veinte años, quien lo hizo.Llegaron al poder afirmando que su política exterior enfrentaría lo que el Presidente denominó como "diabólico azote del terrorismo", una plaga extendía por "depravados adversarios de la misma civilización" en un "retorno a la barbarie en la edad moderna" (Secretario de Estado George Shultz). La campaña se conformó adoptando la forma particularmente virulenta de plaga: el terrorismo internacional dirigido desde el estado. El foco principal fue América Central y Oriente Próximo, pero alcanzó el sur de Africa, el Sureste Asiático y donde uno ose mirar.Un segundo hecho es que la guerra se declaró y se llevó a cabo más o menos por la misma gente que estaba dirigiendo la guerra, otra vez declarada, contra el terrorismo. El componente civil de esa Guerra contra el Terror tiene al frente a John Negroponte, designado el pasado año para supervisar todas las operaciones de contraterrorismo. Como Embajador que fue en Honduras, estuvo a cargo de la mayor operación de la primera Guerra contra el Terror, la guerra de la contra hacia Nicaragua, promovida y lanzada sobre todo desde bases estadounidenses en Honduras. Volveremos a examinar sus tareas. El componente militar de la Guerra de nuevo declarada estaba dirigido por Donald Rumsfeld. Durante la primera fase de la Guerra contra el Terror, Rumsfeld fue el enviado especial de Reagan en Oriente Próximo.Allí, su principal cometido fue establecer estrechas relaciones con Sadam Husein para que EEUU pudiera proporcionarle ayuda a gran escala, incluidos medios para desarrollar armas de destrucción masiva, prosiguiendo mucho después con las bestiales atrocidades contra los kurdos y el fin de la guerra con Irán. El objetivo oficial, en absoluto disimulado, era la responsabilidad que Washington asumió para ayudar a los exportadores estadounidenses y el "notablemente unánime punto de vista" de Washington y sus aliados británicos y arabo-saudíes de que "cualquiera que fueran los pecados del dirigente iraquí, ofreció a Occidente y a la región una mejor esperanza para la estabilidad de su país que la que podían ofrecer aquellos que sufrieron su represión" - afirmó Alan Cowell, el corresponsal en Oriente Pr óximo del New York Times , describiendo el criterio de Washington acerca de que George Bush I autorizó a Sadam para aplastar, en 1991, la rebelión chií que probablemente habría derrocado al tirano.Sadam está siendo finalmente procesado por sus delitos. El primer proceso, ahora en curso, es por los delitos cometidos en 1982. 1982 fue un año importante en las relaciones entre EEUU e Iraq. Fue ese mismo año cuando Reagan sacó a Iraq de la lista de estados que apoyaban el terrorismo a fin de que la ayuda pudiera fluir hasta su amigo en Bagdad. Rumsfeld visitó entonces la capital para confirmar los acuerdos. Si juzgamos por los informes y comentarios, aunque se considere de mala educación mencionar cualquiera de estos hechos, permítanme sugerir que algunos otros personajes más deberían estar sentados junto a Sadam en el banquillo de la justicia. Al sacar a Sadam de la lista de estados que apoyaban al terrorismo, se produjo un vacío. Ese vacío se llenó de forma inmediata con Cuba, quizá en reconocimiento del hecho de que las guerras terroristas de EEUU contra Cuba desde 1961 habían llegado a su cenit, incluidos algunos sucesos que deberían aparecer justo ahora en primera página en algunas sociedades que valoraban su libertad, a lo cual volveré en breve. De nuevo, todo eso nos está diciendo algo sobre las actitudes reales de las elites frente a la plaga de la edad moderna.Una vez que se prosiguió la primera Guerra contra el Terror por aquellos que ahora han declarado de nuevo la guerra, o sus inmediatos mentores, lo lógico es que cualquiera que se interese seriamente por la actual Guerra contra el Terror preguntara de una vez cómo se desarrolló la de los años ochenta. Sin embargo, la cuestión está virtualmente prohibida. Lo cual se puede entender tan pronto como investiguemos los hechos: la primera Guerra contra el Terror se convirtió rápidamente en una guerra terrorista brutal y asesina por todos los rincones del mundo adonde llegó, dejando sociedades tan traumatizadas que quizá no se puedan recuperar nunca. Huelga decir que lo que sucedió no es que sea oscuro sino que es inaceptable doctrinalmente, por tanto se trata de evitar que pueda ser examinado. Desenterrar los archivos es un ejercicio esclarecedor, con enormes implicaciones de cara al futuro.
Esos son varios de los hechos fundamentales y son los que sin duda importan. Volvamos a la segunda de las directrices: los principios morales básicos. El más básico de todos es una obviedad auténtica: las personas decentes se aplican a ellas mismas las mismas normas que aplicarían a los demás, o más estrictas aún. La adhesión a este principio de universalidad tendría muchas consecuencias útiles. Para empezar, se salvarían muchos árboles. Si se cumpliera ese principio, se reduciría radicalmente la información publicada y los comentarios acerca de asuntos políticos y sociales.
Eliminaría virtualmente la disciplina puesta de moda hace poco sobre la teoría de la Guerra Justa. Y haría casi borrón y cuenta nueva con respecto a la Guerra contra el Terror. La razón es la misma en todos los casos: se rechaza el principio de universalidad, en la mayor parte de los casos de forma tácita, aunque en otros explícitamente. Esas son afirmaciones demoledoras. Las he expuesto crudamente a propósito para invitarles a desafiarlas y espero que lo hagan. Creo que encontrarán que aunque las afirmaciones están un tanto en números rojos, sin embargo están incómodamente cercanas a la certeza y, de hecho, profusamente documentadas. Prueben suerte Vds. mismos y verán.
En algunas ocasiones, al menos de palabra, se defiende la más elemental de las perogrulladas morales. El Tribunal de Nuremberg es un ejemplo de importancia crucial para los tiempos actuales. Al sentenciar a muerte a los criminales de guerra nazis, el juez Robert Jackson, el Jefe de los Fiscales de EEUU, habló de forma elocuente y memorable acerca del principio de universalidad. "Si consideramos como delitos determinados actos que violan los tratados", dijo, "son delitos ya sea EEUU o Alemania quien los cometa, y no podemos establecer una norma de conducta criminal contra otros que no estemos dispuestos a invocar contra nosotros... No debemos olvidar que los antecedentes sobre los que juzgamos a estos acusados son los antecedentes sobre los que la historia nos juzgará a nosotros mañana. Presentar ante estos acusados un cáliz envenenado supone ponerlo también en nuestros propios labios".Esta es una clara y honorable afirmación del principio de universalidad. Pero el mismo juicio de Nuremberg violó de forma decisiva este principio. El Tribunal tenía que definir "crimen de guerra" y "crímenes contra la humanidad". Se manipularon cuidadosamente estas definiciones para que los delitos fueran considerados criminales sólo si no eran los aliados los que los cometían. Se excluyó el bombardeo de urbes con concentraciones de civiles, porque los aliados habían llevado a cabo bombardeos de forma aún más bárbara que los nazis.Y los criminales de guerra nazis, como el Almirante Doenitz, pudieron alegar con éxito que sus homólogos británicos y estadounidenses habían desarrollado las mismas acciones. El razonamiento fue perfilado por Telford Taylor, un distinguido abogado internacionalista que fue el jefe de los fiscales de Jackson para Crímenes de Guerra. Explicó que "castigar al enemigo -especialmente al enemigo derrotado- por conductas en las cuales la nación que las impone se ha visto involucrada, sería tan extremadamente injusto que desacreditaría las mismas leyes". Eso es correcto, pero la misma definición operativa de "crimen" también desacredita a las propias leyes. Tribunales posteriores se han visto desacreditados por el mismo defecto legal, pero la auto-exoneración de los poderosos del derecho internacional y de los principios mor ales elementales va más allá del ejemplo anterior y alcanza justo a todos los aspectos de las dos fases de la Guerra contra el Terror.
Volvamos al tercer tema de fondo: definir qué es "terror" y diferenciarlo de agresión y resistencia legítima. He estado escribiendo sobre el terror durante 25 años, incluso desde que la administración Reagan declaró su Guerra contra el Terror. He estado utilizando definiciones que parecen ser adecuadas por partida doble: en primer lugar, tienen sentido; y en segundo, son las definiciones oficiales de esas formas de hacer la guerra.
Tomando una de esas definiciones oficiales, terrorismo es "el uso calculado de la violencia o de la amenaza de violencia para conseguir objetivos que son de naturaleza política, religiosa o ideológica... mediante la intimidación, la coacción o inculcando temor", típicamente sobre objetivos civiles. La definición del gobierno británico es parecida: "Terrorismo es el uso, o amenaza, o acción, de violencia, que causa daños o perturba, y que se planea para influir en gobiernos o intimidar a pueblos con el propósito de hacer progresar una causa política, religiosa o ideológica". Estas definiciones parecen ser bastante claras y en su uso normal resultan cercanas. También parece que hay acuerdo general en que son adecuadas cuando se trata del terrorismo de los enemigos.
Pero, inmediatamente, aflora un problema. Estas definiciones producen una consecuencia completamente inaceptable [para algunos]: llevan a deducir que EEUU es un estado terrorista importante, y lo fue de modo espectacular durante la guerra Reaganita contra el terror. Cojamos, simplemente, el caso más claro: la guerra de terrorismo de estado dirigida por Reagan contra Nicaragua fue condenada por el Tribunal Internacional, con apoyo de dos resoluciones del Consejo de Seguridad (vetadas por EEUU, con el Reino Unido absteniéndose educadamente). Otro caso completamente claro es el de Cuba, donde los antecedentes son hasta ahora voluminosos, sin que quepa polémica alguna. Y hay una larga lista que supera con creces ambas situaciones.
Sin embargo, podemos preguntarnos si esos crímenes, como el del ataque de estado contra Nicaragua, son realmente terrorismo o si elevan el listón hasta el crimen mucho más grave de agresión. El concepto de agresión fue definido con mucha claridad por el Juez Jackson en Nurenberg en términos que fueron reiterados básicamente en una autorizada resolución de la Asamblea General.
Un "agresor", propuso Jackson al Tribunal, es un estado que es el primero en cometer acciones tales como "invasión de sus fuerzas armadas, con o sin declaración previa de guerra, del territorio de otro Estado", o "Prestación de apoyo a bandas armadas formadas en el territorio de otro Estado; o denegación de apoyo, a pesar de la solicitud del Estado invadido; o negarse a adoptar en su propio territorio todas las medidas que estén en su mano para privar a esas bandas de cualquier ayuda o protección". La primera provisión se aplica sin ambigüedades a la invasión anglo-estadounidense de Iraq. La segunda, de forma clara, se aplicaría a la guerra de EEUU contra Nicaragua. Sin embargo, podríamos conceder el beneficio de la duda a los actuales detentadores del poder en Washington y a sus mentores, considerándoles sólo c ulpables del crimen menor de terrorismo internacional, pero a escala inmensa y sin precedentes.Puede recordarse también que en Nuremberg se definió la agresión como "el supremo crimen internacional, diferenciándose de otros crímenes de guerra sólo en que contiene en sí mismo el mal absoluto acumulado - por ejemplo, todo el espanto y daño que ha inundado la torturada tierra de Iraq a partir de la invasión anglo-estadounidense; y también en Nicaragua, si la acusación no se reduce al terrorismo internacional. Y asimismo en Líbano y, hasta llegar a la actualidad, tantas y tantas otras víctimas que son olvidadas con total facilidad con la excusa de que se trató de una acción equivocada. El 13 de enero pasado, un avión de combate controlado a distancia atacó un pueblo en Pakistán, asesinando a docenas de civiles, familias enteras que tan sólo vivían cerca de un a sospechada guarida de Al Qaida. Esas acciones rutinarias atraen poca atención, un legado del envenenamiento cultural moral llevado a cabo durante siglos de bestialidad imperial.
El Tribunal Internacional no asumió la acusación de agresión en el caso de Nicaragua. Las razones son instructivas y de enorme relevancia contemporánea. El caso de Nicaragua fue presentado por el profesor de Derecho de la distinguida Universidad de Harvard Abram Chayes, anterior consejero legal en el Departamento de Estado. El Tribunal rechazó gran parte de su caso sobre la base de que al aceptar la jurisdicción creada por el Tribunal Internacional de 1946, EEUU había introducido una reserva por la que quedaban excluidos de procesamiento en virtud de tratados multilaterales, incluida la Carta de NNUU.
El Tribunal, por tanto, tuvo que restringir sus deliberaciones al derecho internacional consuetudinario y a un tratado bilateral Nicaragua-EEUU, a fin de que las acusaciones más graves quedaran excluidas. Incluso con una esfera tan reducida de actuación, el Tribunal acusó a Washington de "uso ilícito de fuerza" -hablando en román paladino, de terrorismo internacional- y ordenó poner fin a los crímenes y el pago de importantes compensaciones. Los Reaganitas reaccionaron mediante una escalada de la guerra, aprobando también ataques de sus fuerzas terroristas contra "objetivos fáciles", blancos constituidos por civiles indefensos.
La guerra terrorista dejó el país arruinado, con un número de muertes de 2,25 millones, más del total de la suma de todas las víctimas de guerra de la historia de EEUU. Una vez que el destrozado país cayó de nuevo bajo control estadounidense, la situación de miseria se deterioró aún más. Ahora es el segundo país más pobre de Latinoamérica después de Haití - y de forma accidental, también el segundo después de Haití en la intensidad de la intervención estadounidense durante el pasado siglo. La forma habitual de lamentar estas tragedias es decir que Haití y Nicaragua aparecen "arrasadas por tormentas que ellas mismas han creado". Citando al Boston Globe, en el extremo liberal del periodismo estadounidense. Guatemala figura en el tercer lugar tanto por la mi seria como por las intervenciones, más tormentas fabricadas asimismo por su culpa...Para el canon occidental, nada de esto existe. Todo está excluido no sólo de los comentarios e historia en general, sino también, elocuentemente, de la inmensa literatura sobre la Guerra contra el Terror declarada de nuevo en 2001, aunque apenas pueda ser puesta en duda su importancia.
Estas consideraciones están relacionadas con la frontera entre terror y agresión. ¿Qué ocurre con la frontera entre terror y resistencia? Una de las cuestiones que se plantean es la legitimidad de las acciones para conseguir "el derecho a la autodeterminación, libertad e independencia derivadas de la Carta de las Naciones Unidas de los pueblos privados a la fuerza de ese derecho..., particularmente de los pueblos bajo regímenes coloniales y racistas y ocupación extranjera..." ¿Caen esas acciones bajo el concepto de terror o de resistencia? Las palabras citadas provienen de la denuncia más enérgica del crimen de terrorismo efectuada en la Asamblea General de UN, en diciembre de 1987, asumida bajo presiones Reaganitas. Por eso es, obviamente, una resolución importante, incluso más aún por la casi unanimidad del apoy o prestado. La resolución fue aprobada, por 153 votos afirmativos frente a 2 negativos (sólo Honduras se abstuvo). Afirmaba que "nada en la presente resolución podrá perjudicar en forma alguna el derecho a la autodeterminación, libertad e independencia", como se señalaba en las palabras citadas. Los dos países que votaron en contra de la resolución explicaron sus razones en la sesión de Naciones Unidas. Se basaban precisamente en el párrafo citado.
Entendían que la frase "regímenes racistas y coloniales" se refería a su aliado, el apartheid sudafricano, que entonces consumaba sus masacres por los países vecinos y continuaban con la brutal represión dentro del suyo. Evidentemente, EEUU e Israel no podían aceptar la resistencia ante el régimen del apartheid, especialmente cuando estaba dirigido por el ANC de Nelson Mandela, uno de los "grupos más notoriamente terroristas" del mundo, como Washington lo definió en aquella época. Admitir legitimidad a la resistencia contra "la ocupación extranjera" era también inaceptable. Se entendía que la frase se refería a la ocupación militar israelí apoyada por EEUU, que entonces cumplía veinte años. Evidentemente, la resistencia a esa ocupación no podía ser nunca consent ida, aunque en la época de la resolución apenas existiera: a pesar de las extendidas torturas, la degradación, la brutalidad, el robo de la tierra y los recursos y otras concomitancias familiares para la ocupación militar, los palestinos bajo ocupación seguían siendo todavía " Samidin ": aquellos que resisten silenciosamente.
No hay vetos a nivel técnico en la Asamblea General. En el mundo real, un voto negativo de EEUU es un veto, de hecho es un doble veto: la resolución no se cumple, por lo que resulta vetada como denuncia y como antecedente histórico. Debería añadirse que esa pauta de votación es muy común en una amplia gama de cuestiones tanto en la Asamblea General como en el Consejo de Seguridad. Incluso desde mediados de la década de la década de los sesenta, cuando el mundo se escapó de control, EEUU se mantuvo, con diferencia, a la cabeza de los países que utilizaban los vetos en el Consejo de Seguridad, Gran Bretaña fue el segundo, sin ningún otro país que se les aproximara. Tiene también algún interés señalar que una mayoría del pueblo estadounidense es partidaria de abandonar de l derecho al veto y de seguir la voluntad de la mayoría incluso si Washington lo desaprueba, hechos virtualmente desconocidos en EEUU, y supongo que también en otros lugares. Eso sugiere otra forma conservadora de abordar algunos de los problemas mundiales: prestar atención a la opinión pública.
Hasta el momento actual, el terrorismo dirigido o apoyado por los estados más poderosos no ha parado, eligiendo con frecuencia medios escandalosos. Estos hechos ofrecen una útil sugerencia acerca de cómo mitigar la plaga propagada por "los depravados adversarios de la civilización misma" en "una vuelta a la barbarie en tiempos modernos": Acabar con la participación y con el apoyo al terrorismo. Eso contribuiría ciertamente a las objeciones proclamadas. Pero esa sugerencia también está fuera de agenda por las razones de siempre. Cuando se la invoca en alguna ocasión, la reacción que se produce nos lleva a reflexionar: una pataleta alegando que quienes hacen esta propuesta, que realmente es más bien conservadora, culpan de todo a EEUU. Incluso saneando cuidadosamente la discusión, los dilemas surgen constantemente. Muy recientemente afloró uno cuando Luis Posada Carriles entró de forma ilegal en EEUU.Aunque le apliquemos la definición operativa restringida de "terror", es de forma clara uno de los más tristemente célebres terroristas internacionales desde los años de la década de los sesenta hasta la actualidad. Venezuela pidió que fuera extraditado para que se enfrentara a la acusación de haber hecho estallar una bomba en un avión de CUBANA en Venezuela en el que murieron 73 personas. Tras escapar increíblemente Posada de una prisión venezolana, el liberal Boston Globe informó, "Había sido contratado por operativos secretos estadounidenses para dirigir la operación de reabastecimiento desde El Salvador para la contra nicaragüense" - es decir, que había jugado un papel destacado en atrocidades terroristas que son incomparablemente peores que hacer estallar el avión de CUBANA. De ahí el dilema. Citando a la prensa: "Si fuese extraditado y se le sometiera a juicio, se estaría enviando una señal preocupante a los agentes secretos extranjeros de que no pueden contar con la protección incondicional del gobierno estadounidense, y se expondría a la CIA a revelaciones públicas vergonzosas sobre anteriores actuaciones". Evidentemente, es un problema con difícil solución.Afortunadamente, el dilema de Posada fue resuelto por los tribunales, que rechazaron la solicitud de extradición, violando así el tratado de extradición firmado entre EEUU y Venezuela. Un día después, el director del FBI, Robert Mueller, urgió a Europa a acelerar las demandas estadounidenses de extradición que habían solicitado: "Siempre intentamos ver cómo podemos agilizar los procesos de extradición", dijo. "Pensamos que se lo debemos a las víctimas del terrorismo, para que vean que la justicia se cumple de forma eficiente y efectiva". Poco después, en la Cumbre Ibero-Americana, los dirigentes de España y los países latinoamericanos "apoyaron los esfuerzos de Venezuela para que EEUU extraditara [a Posada] para someterlo a juicio" por el caso del avión de CUBANA, y condenaron de nuevo el "bloqueo" estadounidense de Cuba, endosando las casi unánimes resoluciones regulares de Naciones Unidas, la más reciente votada por 179 votos a favor y 4 en contra (EEUU, Israel, las Islas Marshall, Palau). Tras fuertes protestas de la Embajada de EEUU, la Cumbre retiró la petición de extradición pero se negó a ceder en la demanda de que aquel país ponga fin a la guerra económica [contra Cuba]. Posada es libre por tanto de reunirse en Miami con su colega Orlando Bosch. Éste está implicado en docenas de crímenes terroristas, incluida la voladura del avión de CUBANA, muchos de ellos en suelo estadounidense. El FBI y el Departamento de Justicia querían deportarle por amenaza a la seguridad nacional, pero Bush puso mucho empeño en garantizarle un perdón presidencial.
Hay muchos ejemplos de ese tipo. Deberíamos tenerlos presentes cuando leemos el pronunciamiento apasionado de Bush II de que "EEUU no distingue entre quienes cometen actos de terror y quienes los apoyan, porque son igualmente culpables de asesinato", y "el mundo civilizado debe llamar a capítulo a esos países". Esto fue lo que se proclamó con grandes aplausos en el National Endowment for Democracy unos cuantos días después de que se rechazara la petición de extradición de Venezuela. Los comentarios de Bush plantean otro dilema. Ya que EEUU es parte del mundo civilizado, debería enviar a la fuerza aérea a bombardear Washington; o declararse a sí mismo fuera del mundo civilizado. La lógica es impecable, pero afortunadamente, la lógica ha sido despachada hacia el fondo del agujero de la memoria, al igual que las perogrulladas morales.